Preocupación constante del ministerio pastoral es orientar a las personas hacia la perfección personal y social. Este propósito no encuentra siempre la respuesta que cabría esperar, aunque nada puede impedir el amor. Escribía el Cardenal Suhard: “Ser testimonio significa hacerse misterio, vivir de manera tal que la propia vida sería inexplicable si Dios no existiese”. Este propósito debe ser encarnado de manera especial en el cristiano que ha de ser como un puente que une las orillas. En una sociedad enredada en la violencia y en la mentira son necesarias las personas que hablen con su vida para afirmar la dignidad del hombre y la urgencia del mensaje de la paz.
En nuestros días estamos utilizando muchas palabras que suenan como cántaros vacíos, es decir a hueco. Fácilmente olvidamos los contenidos que con ellas debemos transmitir, comprometiendo nuestras actitudes y comportamientos. Es necesario animar el diálogo entre los actores de la sociedad, entre las generaciones y entre las culturas. “El compromiso político ha de tener en cuenta la preocupación por el futuro de la vida y del planeta, de los más jóvenes y de los más pequeños”, como escribe el papa Francisco en su Mensaje para esta Jornada. Esto debe fundamentarse en la confianza recíproca que se apoya en el respeto a la palabra.
“Cuando el hombre es respetado en todos sus derechos brota en él el sentido del deber respetar los derechos de los otros. Los derechos y los deberes del hombre aumentan la conciencia de pertenecer a una misma comunidad con los otros y con Dios”, como escribió san Juan XXIII. Si se quiere la paz, hay que construir la paz. Subraya el papa Francisco que “la responsabilidad política pertenece a cada ciudadano y, en particular, a quien ha recibido el cargo de proteger y gobernar”. La paz es un bien común por el que debemos trabajar y en que debemos participar. Esto supone la justicia, la no violencia, la protección de la creación, la solicitud por todas las personas cualesquiera que sean las circunstancias en que se encuentren con un orden fundamentado en la verdad, establecido de acuerdo con las normas de la justicia, sustentado por la caridad y realizado bajo los auspicios de la libertad[1].
Cristo nos deja, por así decirlo, el manual a seguir según el espíritu de las Bienaventuranzas para trabajar por la paz que ha de formar parte de la identidad de la persona. La conflictividad personal, familiar y social nos indica que nos movemos tal vez en la superficialidad de una convivencia social, intelectual y moral condicionada según los intereses dictados por el puro oportunismo del momento y a veces ajenos al verdadero desarrollo integral de la persona humana.
La paz nunca ha de estar sometida al poder político sino que éste ha de ser ejercido teniendo como referencia ineludible la paz “que es fruto de la justicia, virtud moral y garantía legal que vela sobre el pleno respeto de derechos y deberes, y sobre la distribución unánime de beneficios y cargas”[2].
“Las injusticias, las desigualdades excesivas de orden económico o social, la envidia, la desconfianza y el orgullo, que existen entre los hombres y las naciones, amenazan sin cesar la paz y causan guerras. Todo lo que se hace para superar estos desórdenes contribuye a edificar la paz y evitar la guerra”[3]. La doctrina de la Iglesia es clara: “De nada sirve insistir en la construcción de la paz, mientras los sentimientos de hostilidad, de desprecio y de desconfianza, los odios raciales y las ideologías obstinadas dividen a los hombres y los oponen entre sí… Ciertamente es necesario que todos nosotros cambiemos nuestros corazones, contemplando atentamente todo el universo y aquellas tareas que podemos realizar todos juntos para que la humanidad progrese hacia el bien”[4].
Hay que globalizar la paz. La paz es una buena noticia que hay que anunciar como futuro en donde cada persona sea respeta en su dignidad y en sus derechos. Es la de la esperanza para construir una civilización capaz de forjar “de las espadas arados, de las lanzas podaderas, donde no alce la espada pueblo contra pueblo, ni se adiestren para la guerra” (Is 2,4). ¡Trabajemos por la paz!
+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela
[1] Cf. JUAN XXIII, Pacem in terris, nº 167.
[2] Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2002, nº 3.
[3] Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2317.
[4] Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 82.
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